jueves, 24 de marzo de 2022

LOS DIEZ MANDAMIENTOS (Introducción).

1 Y HABLO Dios todas estas palabras, diciendo: 2 Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre (Éxodo 20).

1. Habló Dios. El escenario ya se había alistado para la proclamación de la ley moral que, siempre, de allí en adelante, ha permanecido como la norma fundamental de conducta para incontables millones. Nadie negará que éste fue uno de los sucesos trascendentales y decisivos de la historia. Tampoco puede nadie negar la necesidad vital que tienen todos los hombres de un código tal de conducta debido a sus imperfecciones morales y espirituales y su tendencia a hacer lo que es malo.

El Decálogo descuella por encima de todas las otras leyes morales y espirituales. Abarca toda la conducta humana.

Es la única ley que puede controlar con eficacia la conciencia.

Es un manual condensado de la conducta humana que abarca todo lo que atañe al deber humano en todos los tiempos.

Nuestro Señor se refirió a los mandamientos como el camino por el cual se puede alcanzar la vida eterna (Mat. 19:16-19).

Son adecuados para toda forma de sociedad humana; son aplicables y están en vigencia mientras dure el mundo (Mat. 5:17, 18). Nunca pueden volverse anticuados pues son la expresión inmutable de la voluntad y del carácter de Dios. Con buena razón Dios los entregó a su pueblo tanto oralmente como por escrito (Exo. 31:18; Deut. 4:13).

Aunque fue dado al hombre por la autoridad divina, el Decálogo no es una creación arbitraria de la voluntad divina. Más bien es una expresión de la naturaleza divina.

 El hombre fue creado a la imagen de Dios (Gén. 1:27), fue hecho para ser santo como él es santo (1 Ped. 1:15, 16), y los Diez Mandamientos son la norma de santidad ordenada por el cielo (ver Rom. 7:7-25). La clave de la interpretación espiritual de la ley fue dada con toda claridad por nuestro Señor Jesucristo en el inmortal Sermón del Monte (léase Mat. caps. 5-7).

El Decálogo es la expresión no sólo de la santidad sino también del amor (Mat. 22:34-40; Juan 15:10; Rom. 13:8- 10; 1 Juan 2:4). Si carece de amor cualquier servicio que prestemos a Dios o al hombre, no se cumple la ley.

Es el amor quien nos protege de violar los Diez Mandamientos pues, ¿cómo podríamos adorar otros dioses, tomar el nombre de Dios en vano y descuidar la observancia del día de reposo, si verdaderamente amamos al Señor? ¿Cómo podemos robar lo que pertenece a nuestro prójimo, testificar contra él o codiciar sus posesiones, si lo amamos?

El amor es la raíz de la fidelidad para con Dios y de la honra y el respeto por los derechos de nuestros prójimos. Este siempre debiera ser el gran motivo que nos mueva a la obediencia Juan 14:15; 15:10; 2 Cor. 5:14; Gál. 5:6).

Cuando un hombre viene primero a Cristo, con pleno conocimiento se abstendrá de todo el mal al cual ha estado acostumbrado.

EN SU ORIGEN, con el propósito de ayudar a los pecadores a distinguir entre el bien y el mal, el Decálogo fue dado principalmente en forma negativa.

La repetición de la palabra "No" demuestra que hay fuertes tendencias en el corazón que deben ser suprimidas (Jer. 17:9; Rom. 7:17-23; 1 Tim. 1:9,10). Pero esta forma negativa abarca un amplio y satisfactorio campo de acción moral que se abre ante el hombre, y permite toda la amplitud de desarrollo del carácter que es posible. El hombre sólo está restringido por las pocas prohibiciones mencionadas.

El Decálogo certifica de la verdad de la libertad cristiana (Sant. 2:12; 2 Cor. 3:17). Aunque la letra de la ley, debido a sus pocas palabras, pueda parecer estrecha en sus alcances, su espíritu es "amplio sobremanera" (Sal. 119:96).

El hecho de que los Diez Mandamientos fueran escritos en dos tablas de piedra, hace resaltar su aplicación a dos clases de obligaciones morales: deberes para con Dios y deberes para con el hombre (Mat. 22:34-40).

Nuestras obligaciones para con Dios están forzosamente ligadas con nuestras obligaciones para con el hombre, pues el descuido de los deberes tocantes a nuestro prójimo rápidamente será seguido por el descuido de nuestros deberes para con Dios.

La Biblia no ignora la distinción entre la religión (deberes directamente relacionados con Dios) y la moral (deberes que surgen de las relaciones terrenales), sino que une ambas en un concepto más profundo: que todo lo que uno hace es hecho, por así decirlo, para Dios, cuya autoridad es suprema en ambas esferas (ver Miq. 6:8; Mat. 25:34-45; Sant. 1:27; 1 Juan 4:20).

SIENDO PALABRAS DE DIOS, los Diez Mandamientos deben distinguirse de las "leyes" (cap. 21:1) basadas en ellos, e incluidas con ellos, en el "libro del pacto" para constituir la ley estatuida de Israel (ver cap. 24:3).

LAS DOS TABLAS que comprenden el Decálogo -con exclusión de las otras partes de la ley - son llamadas de diversas formas: "el testimonio" (cap. 25:16), "su pacto" (Deut. 4:13), "las palabras del pacto" (Exo. 34:28), las "tablas del testimonio" (Exo. 31:18; 32:15) y "las 613 tablas del pacto" (Deut. 9:9-11).

 Esas tablas de piedra, y sólo ellas, fueron colocadas dentro del arca del pacto (Exo. 25:21; 1 Rey. 8:9).

Fueron así consideradas, en un sentido especial, como el vínculo del pacto. La colocación de las tablas debajo del propiciatorio permite comprender la naturaleza del pacto que Dios hizo con Israel. 

Muestra que la ley es la base, el fundamento del pacto, el documento obligatorio, el título de la deuda. Sin embargo, sobre la ley está el propiciatorio, salpicado con la sangre de la propiciación, un testimonio reconfortante de que hay perdón en Dios para los que quebrantan los mandamientos.

EL ANTIGUO TESTAMENTO uniformemente hace una clara distinción entre la ley moral y la ley ceremonial (2 Rey. 21:8; Dan. 9:11).

2. Yo soy Jehová. "Yahvéh" (BJ), un nombre propio derivado del verbo "ser", "llegar a ser" (ver com. Exo. 3:14, 15). 

 Significa "el Existente", "el Viviente", "el Eterno". Por lo tanto, cuando Jesús dijo a los judíos de sus días: "Antes que Abrahán fuese, yo soy" (Juan 8:58), ellos comprendieron que pretendía ser el "Jehová" del AT. Esto explica su hostilidad y sus tentativas para matarlo (Juan 8:59).

Jesucristo, la segunda persona de la Deidad, fue el "Dios" de los israelitas a través de toda su historia (Exo. 32:34; Juan 1:1-3, 14; 6:46,62; 17:5; 1 Cor. 10:4; Col. 1:13-18; Heb. 1:1-3; Apoc. 1:17, 18; PP381). 

Fue él quien les dio el Decálogo; fue él quien se declaró a sí mismo "Señor del sábado" (Mar. 2:28, BJ). 

El Gr. ho zon, "el que vive" (Apoc. 1:18, BJ), es equivalente del Heb. Eyeh 'asher 'ehyeh, el "Yo soy el que soy" de Exo. 3:14.

Casa de servidumbre. Dios proclamó su santa ley en medio de truenos y relámpagos, cuyo retumbar parece encontrar eco en las formas verbales imperativas de los mandamientos. Los terrores del Sinaí tuvieron el propósito de colocar vívidamente delante del pueblo la pavorosa solemnidad del último gran día del juicio (PP 352).

Los exigentes preceptos del Decálogo hacen resaltar la justicia de su Autor y el rigor de sus requerimientos. Pero la ley era también un recordativo de la gracia divina, pues el mismo Dios que proclamó la ley es Aquel que sacó a su pueblo de Egipto y lo libró del yugo de servidumbre. Es Aquel que dio las preciosas promesas a Abrahán, Isaac y Jacob.

Puesto que las Escrituras hacen de Egipto un símbolo de pecaminosidad (Apoc. 11:8), la liberación de Israel de la esclavitud egipcia bien puede compararse con la liberación de todo el pueblo de Dios del poder del pecado. El Señor libró a los suyos de la tierra de Faraón a fin de que pudiera darles su ley (Sal. 105:42-45). De la misma manera, mediante el Evangelio, Cristo nos libra del yugo del pecado (Juan 8:34-36; 2 Ped. 2:19) para que podamos guardar su ley, que en él se traduce en verdadera obediencia (Juan 15:10; Rom. 8:1-4).

REFLEXIONEN en esta verdad los que enseñan que el Evangelio de Cristo nos libra de los santos mandamientos del Decálogo. La liberación de Egipto había de proporcionar el motivo de obediencia a la ley de Dios. Nótese el orden aquí: primero el Señor salva a Israel; luego le da su ley para que la guarde. El mismo orden es cierto bajo el Evangelio. Cristo primero nos salva del pecado (Juan 1:29; 1 Cor. 15:3; Gál. 1:4); luego vive su ley dentro de nosotros (Gál. 2:20; Rom. 4:25; 8:1-3; 1 Ped. 2:24). 1CBA

COMENTARIOS DE ELENA G. DE WHITE

Hay Una Obra Que Todos Deben Hacer a fin de que las sencillas verdades de la Palabra de Dios sean conocidas. Las palabras de las escrituras deberían imprimirse y publicarse tal 173 como aparecen en la Biblia. Sería muy conveniente si se publicaran tal como aparecen en la Biblia el capítulo 19 de Éxodo y la mayor parte del capítulo 20, y los versículos 12 a 18 del capítulo 3. Colocad estas verdades en libritos y folletos y dejad que la palabra de Dios hable a la gente. Cuando se predique un sermón de importancia especial acerca de la ley imprimidlo si tenéis los medios para hacerlo. Luego, cuando os enfrenten los defensores de las leyes dominicales, poned esos folletos en sus manos. Decidles que no tenéis nada que discutir acerca del asunto del domingo, porque tenéis un claro "Así dice Jehová" que respalda nuestra observancia del séptimo día. Ev 173

* DIOS SE PROPUSO hacer de la ocasión en que iba a pronunciar 311 su ley una escena de imponente grandeza, en consonancia con el exaltado carácter de esa ley. El pueblo debía comprender que todo lo relacionado con el servicio de Dios debe considerarse con gran reverencia.

EL SEÑOR DIJO A MOISÉS: "Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana, y laven sus vestidos; y estén apercibidos para el día tercero, porque al tercer día Jehová descenderá, a ojos de todo el pueblo, sobre el monte de Sinaí."

Durante esos días, todos debían dedicar su tiempo a prepararse solemnemente para aparecer ante Dios. Sus personas y sus ropas debían estar libres de toda impureza. Y cuando Moisés les señalara sus pecados, ellos debían humillarse, ayunar y orar, para que sus corazones pudieran ser limpiados de iniquidad.

SE HICIERON LOS PREPARATIVOS CONFORME AL MANDATO; y obedeciendo otra orden posterior, Moisés mandó colocar una barrera alrededor del monte, para que ni las personas ni las bestias entraran al sagrado recinto. Quien se atreviera siquiera a tocarlo, moriría instantáneamente.

A la mañana del tercer día, cuando los ojos de todo el pueblo estaban vueltos hacia el monte, la cúspide se cubrió de una espesa nube que se fue tornando más negra y más densa, y descendió lista que toda la montaña quedó envuelta en tinieblas y en pavoroso misterio.

ENTONCES SE ESCUCHÓ UN SONIDO COMO DE TROMPETA, que llamaba al pueblo a encontrarse con Dios; y Moisés los condujo hasta el pie del monte. De la espesa obscuridad surgían vividos relámpagos, mientras el fragor de los truenos retumbaba en las alturas circundantes. "Y todo el monte de Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego: y el humo de él subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremeció en gran manera." "Y el parecer de la gloria de Jehová era como un fuego abrasador en la cumbre del monte," ante los ojos de la multitud allí congregada.

"Y el sonido de la bocina iba esforzándose en extremo." Tan terribles eran las señales de la presencia de Jehová que las huestes de Israel temblaron de 312 miedo, y cayeron sobre sus rostros ante el Señor. Aun Moisés exclamó: "Estoy asombrado y temblando" (Heb. 12:21.)

Entonces los truenos cesaron; ya no se oyó la trompeta; y la tierra quedó quieta. Hubo un plazo de solemne silencio y entonces se oyó la voz de Dios.

Rodeado, de un séquito de ángeles, el Señor, envuelto en espesa obscuridad, habló desde el monte y dio a conocer su ley.

MOISÉS, AL DESCRIBIR LA ESCENA, DICE: "Jehová vino de Sinaí, y de Seir les esclareció; resplandeció del monte de Parán, y vino con diez mil santos: a su diestra la ley de fuego para ellos. Aun amó los pueblos; todos sus santos en tu mano: ellos también se llegaron a tus pies: recibieron de tus dichos." (Deut. 33:2,3.)

JEHOVÁ SE REVELÓ, no sólo en su tremenda majestad como juez y legislador, sino también como compasivo guardián de su pueblo: "YO SOY JEHOVÁ TU DIOS, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos." Aquel a quien ya conocían como su guía y libertador, quien los había sacado de Egipto, abriéndoles un camino en la mar, derrotando a Faraón y a sus huestes, quien había demostrado que estaba por sobre los dioses de Egipto, era el que ahora proclamaba su ley.

LA LEY NO SE PROCLAMÓ EN ESA OCASIÓN PARA BENEFICIO EXCLUSIVO DE LOS HEBREOS. Dios los honró haciéndolos guardianes y custodios de su ley; pero habían de tenerla como un santo legado para todo el mundo. Los preceptos del Decálogo se adaptan a toda la humanidad, y se dieron para la instrucción y el gobierno de todos. Son diez preceptos, breves, abarcantes, y autorizados, que incluyen los deberes del hombre hacia Dios y hacia sus semejantes; y todos se basan en el gran principio fundamental del amor.

"Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu entendimiento; y a tu prójimo como a ti mismo." (Luc.10:27; véase también Deut. 6:4,5; Lev. 19:18.) En los diez mandamientos estos principios se expresan en detalle, y se presentan en forma aplicable a la condición y circunstancias del hombre. PP313

* La Biblia nos muestra a Dios como autor de ella; y sin embargo fue escrita por manos humanas, y la diversidad de estilo de sus diferentes libros muestra la individualidad de cada uno de sus escritores. Las verdades reveladas son todas inspiradas por Dios (2Timoteo 3:16); y con todo están expresadas en palabras humanas. Y es que el Ser supremo e 8 infinito iluminó con su Espíritu la inteligencia y el corazón de sus siervos. Les daba sueños y visiones y les mostraba símbolos y figuras; y aquellos a quienes la verdad fuera así revelada, revestían el pensamiento divino con palabras humanas.

Los diez mandamientos fueron enunciados por el mismo Dios y escritos con su propia mano. Su redacción es divina y no humana. Pero la Biblia, con sus verdades de origen divino expresadas en el idioma de los hombres, es una unión de lo divino y lo humano. Esta unión existía en la naturaleza de Cristo, quien era Hijo de Dios e Hijo del hombre. Se puede pues decir de la Biblia, lo que fue dicho de Cristo: "Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros." (San Juan 1:14). CS 8.

* "La Enemistad De Satanás Hacia La Ley". https://elaguila3008.blogspot.com/2009/11/pp-capitulo-29-la-enemistad-de-satanas.html

*En el lugar santísimo, en el santuario celestial, es donde se encuentra inviolablemente encerrada la ley divina -la ley promulgada por el mismo Dios entre los truenos del Sinaí y escrita con su propio dedo en las tablas de piedra.

La ley de Dios que se encuentra en el santuario celestial es 487 el gran original del que los preceptos grabados en las tablas de piedra y consignados por Moisés en el Pentateuco eran copia exacta.

Como la ley de Dios es una revelación de su voluntad, un trasunto de su carácter, debe permanecer para siempre "como testigo fiel en el cielo." Ni un mandamiento ha sido anulado; ni un punto ni una tilde han sido cambiados. Dice el salmista: "¡Hasta la eternidad, oh Jehová, tu palabra permanece en el cielo!" "Seguros son todos sus preceptos; establecidos para siempre jamás." (Salmos 119:89; 111:7,8, V.M). En el corazón mismo del Decálogo se encuentra el cuarto mandamiento, tal cual fue proclamado originalmente. CS/EGW/MHP


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