1 Y HABLO Dios todas estas palabras, diciendo: 2 Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre (Éxodo 20).
1. Habló Dios. El escenario ya se había alistado
para la proclamación de la ley moral que, siempre, de allí en adelante, ha permanecido como la norma fundamental de conducta
para incontables millones. Nadie negará que éste fue uno de los sucesos
trascendentales y decisivos de la historia. Tampoco puede nadie negar la
necesidad vital que tienen todos los hombres de un código tal de conducta
debido a sus imperfecciones morales y espirituales y su tendencia a hacer lo
que es malo.
El Decálogo descuella por encima de todas
las otras leyes morales y espirituales. Abarca toda la conducta humana.
Es la única ley que puede
controlar con eficacia la conciencia.
Es un manual condensado de la
conducta humana que abarca todo lo que atañe al deber humano en todos los tiempos.
Nuestro Señor se refirió a
los mandamientos como el camino por el cual se puede alcanzar la vida eterna
(Mat. 19:16-19).
Son adecuados para toda forma de
sociedad humana; son aplicables y están en vigencia mientras dure el mundo
(Mat. 5:17, 18). Nunca pueden volverse anticuados pues son la expresión
inmutable de la voluntad y del carácter de Dios. Con buena razón Dios los
entregó a su pueblo tanto oralmente como por escrito (Exo. 31:18; Deut. 4:13).
Aunque fue dado al hombre por la autoridad divina, el Decálogo no es una creación arbitraria de la voluntad divina. Más bien es una expresión de la naturaleza divina.
El hombre fue creado a la imagen de Dios (Gén. 1:27), fue hecho para
ser santo como él es santo (1 Ped. 1:15, 16), y los Diez Mandamientos son la
norma de santidad ordenada por el cielo (ver Rom. 7:7-25). La clave de la interpretación
espiritual de la ley fue dada con toda claridad por nuestro Señor Jesucristo en
el inmortal Sermón del Monte (léase Mat. caps. 5-7).
El Decálogo es la expresión no sólo de la santidad sino también del amor (Mat. 22:34-40; Juan 15:10; Rom.
13:8- 10; 1 Juan 2:4). Si carece de amor cualquier servicio que prestemos a
Dios o al hombre, no se cumple la ley.
Es el amor quien nos protege de violar los
Diez Mandamientos pues, ¿cómo podríamos adorar otros dioses, tomar el nombre de
Dios en vano y descuidar la observancia del día de reposo, si verdaderamente
amamos al Señor? ¿Cómo podemos robar lo que pertenece a nuestro prójimo,
testificar contra él o codiciar sus posesiones, si lo amamos?
El amor es la raíz de la fidelidad para
con Dios y de la honra y el respeto por los derechos de nuestros prójimos. Este
siempre debiera ser el gran motivo que nos mueva a la obediencia Juan 14:15;
15:10; 2 Cor. 5:14; Gál. 5:6).
Cuando un hombre viene
primero a Cristo, con pleno conocimiento se abstendrá de todo el mal al cual ha
estado acostumbrado.
EN SU ORIGEN, con
el propósito de ayudar a los pecadores a distinguir entre el bien y el mal, el
Decálogo fue dado principalmente en forma negativa.
La repetición de la palabra
"No" demuestra que hay fuertes tendencias en el corazón que deben ser
suprimidas (Jer. 17:9; Rom. 7:17-23; 1 Tim. 1:9,10). Pero esta forma negativa
abarca un amplio y satisfactorio campo de acción moral que se abre ante el
hombre, y permite toda la amplitud de desarrollo del carácter que es posible.
El hombre sólo está restringido por las pocas prohibiciones mencionadas.
El Decálogo certifica de la
verdad de la libertad cristiana (Sant. 2:12; 2 Cor. 3:17).
Aunque la letra de la ley, debido a sus pocas palabras, pueda parecer estrecha
en sus alcances, su espíritu es "amplio sobremanera" (Sal. 119:96).
El hecho de que los Diez
Mandamientos fueran escritos en dos tablas de piedra, hace resaltar su aplicación a dos
clases de obligaciones morales: deberes para con Dios y deberes para con el
hombre (Mat. 22:34-40).
Nuestras obligaciones para con Dios están forzosamente
ligadas con nuestras obligaciones para con el hombre, pues el descuido de los
deberes tocantes a nuestro prójimo rápidamente será seguido por el descuido de
nuestros deberes para con Dios.
La Biblia no ignora la distinción
entre la religión (deberes directamente relacionados con Dios) y la moral
(deberes que surgen de las relaciones terrenales), sino que une ambas en un
concepto más profundo: que todo lo que uno hace es hecho, por así decirlo, para
Dios, cuya autoridad es suprema en ambas esferas (ver Miq. 6:8; Mat. 25:34-45;
Sant. 1:27; 1 Juan 4:20).
SIENDO PALABRAS DE
DIOS, los Diez Mandamientos deben distinguirse de las "leyes" (cap.
21:1) basadas en ellos, e incluidas con ellos, en el "libro del
pacto" para constituir la ley estatuida de Israel (ver cap. 24:3).
LAS DOS TABLAS que comprenden el Decálogo -con exclusión de las otras partes de la ley - son llamadas de diversas formas: "el testimonio" (cap. 25:16), "su pacto" (Deut. 4:13), "las palabras del pacto" (Exo. 34:28), las "tablas del testimonio" (Exo. 31:18; 32:15) y "las 613 tablas del pacto" (Deut. 9:9-11).
Esas tablas de piedra, y
sólo ellas, fueron colocadas dentro del arca del pacto (Exo. 25:21; 1 Rey.
8:9).
Fueron así consideradas, en un sentido especial, como el vínculo del pacto. La colocación de las tablas debajo del propiciatorio permite comprender la naturaleza del pacto que Dios hizo con Israel.
Muestra que la
ley es la base, el fundamento del pacto, el documento obligatorio, el
título de la deuda. Sin embargo, sobre la ley está el propiciatorio, salpicado
con la sangre de la propiciación, un testimonio reconfortante de que hay perdón
en Dios para los que quebrantan los mandamientos.
EL ANTIGUO TESTAMENTO
uniformemente hace una clara distinción entre la ley moral y la ley ceremonial
(2 Rey. 21:8; Dan. 9:11).
2. Yo soy Jehová. "Yahvéh" (BJ), un nombre propio derivado del verbo "ser", "llegar a ser" (ver com. Exo. 3:14, 15).
Significa "el
Existente", "el Viviente", "el Eterno". Por lo tanto,
cuando Jesús dijo a los judíos de sus días: "Antes que Abrahán fuese, yo
soy" (Juan 8:58), ellos comprendieron que pretendía ser el
"Jehová" del AT. Esto explica su hostilidad y sus tentativas para
matarlo (Juan 8:59).
Jesucristo, la segunda persona de la Deidad, fue el "Dios" de los israelitas a través de toda su historia (Exo. 32:34; Juan 1:1-3, 14; 6:46,62; 17:5; 1 Cor. 10:4; Col. 1:13-18; Heb. 1:1-3; Apoc. 1:17, 18; PP381).
Fue él quien les dio el Decálogo; fue él quien se declaró a sí mismo "Señor del sábado" (Mar. 2:28, BJ).
El Gr. ho zon, "el que vive" (Apoc.
1:18, BJ), es equivalente del Heb. Eyeh 'asher 'ehyeh, el "Yo soy el que
soy" de Exo. 3:14.
Casa de servidumbre. Dios proclamó su santa ley en
medio de truenos y relámpagos, cuyo retumbar parece encontrar eco en las formas
verbales imperativas de los mandamientos. Los terrores del Sinaí tuvieron el
propósito de colocar vívidamente delante del pueblo la pavorosa solemnidad del
último gran día del juicio (PP 352).
Los exigentes preceptos del
Decálogo hacen resaltar la justicia de su Autor y el rigor de sus
requerimientos. Pero la ley era también un recordativo de la gracia divina,
pues el mismo Dios que proclamó la ley es Aquel que sacó a su pueblo de Egipto
y lo libró del yugo de servidumbre. Es Aquel que dio las preciosas promesas a
Abrahán, Isaac y Jacob.
Puesto que las Escrituras hacen
de Egipto un símbolo de pecaminosidad (Apoc. 11:8), la liberación de Israel de
la esclavitud egipcia bien puede compararse con la liberación de todo el pueblo
de Dios del poder del pecado. El Señor libró a los suyos de la tierra de Faraón
a fin de que pudiera darles su ley (Sal. 105:42-45). De la misma manera,
mediante el Evangelio, Cristo nos libra del yugo del pecado (Juan 8:34-36; 2
Ped. 2:19) para que podamos guardar su ley, que en él se traduce en verdadera
obediencia (Juan 15:10; Rom. 8:1-4).
REFLEXIONEN en esta verdad los que
enseñan que el Evangelio de Cristo nos libra de los santos mandamientos del
Decálogo. La liberación de Egipto había de proporcionar el motivo de obediencia
a la ley de Dios. Nótese el orden aquí: primero el Señor salva a Israel; luego
le da su ley para que la guarde. El mismo orden es cierto bajo el
Evangelio. Cristo primero nos salva del
pecado (Juan 1:29; 1 Cor. 15:3; Gál. 1:4); luego vive su ley dentro de nosotros
(Gál. 2:20; Rom. 4:25; 8:1-3; 1 Ped. 2:24). 1CBA
COMENTARIOS DE ELENA G. DE WHITE
Hay Una Obra Que Todos Deben Hacer a fin de que
las sencillas verdades de la Palabra de Dios sean conocidas. Las palabras de
las escrituras deberían imprimirse y publicarse tal 173 como aparecen en la
Biblia. Sería muy conveniente si se publicaran tal como aparecen en la Biblia
el capítulo 19 de Éxodo y la mayor parte del capítulo 20, y los versículos 12 a
18 del capítulo 3. Colocad estas verdades en libritos y folletos y dejad que la
palabra de Dios hable a la gente. Cuando se predique un sermón de importancia
especial acerca de la ley imprimidlo si tenéis los medios para hacerlo. Luego,
cuando os enfrenten los defensores de las leyes dominicales, poned esos
folletos en sus manos. Decidles que no tenéis nada que discutir acerca del
asunto del domingo, porque tenéis un claro "Así dice Jehová" que
respalda nuestra observancia del séptimo día. Ev 173
* DIOS SE
PROPUSO hacer de la ocasión en que iba a pronunciar 311 su ley una escena de
imponente grandeza, en consonancia con el exaltado carácter de esa ley. El pueblo
debía comprender que todo lo relacionado con el servicio de Dios debe
considerarse con gran reverencia.
EL SEÑOR DIJO A MOISÉS: "Ve al pueblo, y santifícalos hoy y
mañana, y laven sus vestidos; y estén apercibidos para el día tercero, porque
al tercer día Jehová descenderá, a ojos de todo el pueblo, sobre el monte de
Sinaí."
Durante esos días, todos debían
dedicar su tiempo a prepararse solemnemente para aparecer ante Dios. Sus
personas y sus ropas debían estar libres de toda impureza. Y cuando Moisés les
señalara sus pecados, ellos debían humillarse, ayunar y orar, para que sus
corazones pudieran ser limpiados de iniquidad.
SE HICIERON LOS
PREPARATIVOS CONFORME AL MANDATO; y obedeciendo otra orden
posterior, Moisés mandó colocar una barrera alrededor del monte, para que ni
las personas ni las bestias entraran al sagrado recinto. Quien se atreviera
siquiera a tocarlo, moriría instantáneamente.
A la mañana del tercer día,
cuando los ojos de todo el pueblo estaban vueltos hacia el monte, la cúspide se
cubrió de una espesa nube que se fue tornando más negra y más densa, y
descendió lista que toda la montaña quedó envuelta en tinieblas y en pavoroso
misterio.
ENTONCES SE
ESCUCHÓ UN SONIDO COMO DE TROMPETA, que llamaba al pueblo a
encontrarse con Dios; y Moisés los condujo hasta el pie del monte. De la espesa
obscuridad surgían vividos relámpagos, mientras el fragor de los truenos
retumbaba en las alturas circundantes. "Y todo el monte de Sinaí humeaba,
porque Jehová había descendido sobre él en fuego: y el humo de él subía como el
humo de un horno, y todo el monte se estremeció en gran manera." "Y
el parecer de la gloria de Jehová era como un fuego abrasador en la cumbre del
monte," ante los ojos de la multitud allí congregada.
"Y el
sonido de la bocina iba esforzándose en extremo." Tan terribles
eran las señales de la presencia de Jehová que las huestes de Israel temblaron
de 312 miedo, y cayeron sobre sus
rostros ante el Señor. Aun Moisés exclamó: "Estoy asombrado y
temblando" (Heb. 12:21.)
Entonces los
truenos cesaron; ya no se oyó la trompeta; y la tierra
quedó quieta. Hubo un plazo de solemne silencio y entonces se oyó la voz de
Dios.
Rodeado, de un
séquito de ángeles, el Señor, envuelto en espesa obscuridad,
habló desde el monte y dio a conocer su ley.
MOISÉS, AL
DESCRIBIR LA ESCENA, DICE: "Jehová vino de Sinaí, y de Seir les
esclareció; resplandeció del monte de Parán, y vino con diez mil santos: a su
diestra la ley de fuego para ellos. Aun amó los pueblos; todos sus santos en tu
mano: ellos también se llegaron a tus pies: recibieron de tus dichos."
(Deut. 33:2,3.)
JEHOVÁ
SE REVELÓ, no sólo en su tremenda majestad como juez y
legislador, sino también como compasivo guardián de su pueblo: "YO SOY JEHOVÁ TU DIOS, que te saqué
de la tierra de Egipto, de casa de siervos." Aquel a quien ya conocían
como su guía y libertador, quien los había sacado de Egipto, abriéndoles un
camino en la mar, derrotando a Faraón y a sus huestes, quien había demostrado
que estaba por sobre los dioses de Egipto, era el que ahora proclamaba su ley.
LA LEY NO SE
PROCLAMÓ EN ESA OCASIÓN PARA BENEFICIO EXCLUSIVO DE LOS HEBREOS. Dios los honró
haciéndolos guardianes y custodios de su ley; pero habían de tenerla como un
santo legado para todo el mundo. Los preceptos del Decálogo se adaptan a toda
la humanidad, y se dieron para la instrucción y el gobierno de todos. Son diez
preceptos, breves, abarcantes, y autorizados, que incluyen los deberes del
hombre hacia Dios y hacia sus semejantes; y todos se basan en el gran principio
fundamental del amor.
"Amarás al
Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todas
tus fuerzas, y de todo tu entendimiento; y a tu prójimo como a ti mismo."
(Luc.10:27; véase también Deut. 6:4,5; Lev. 19:18.) En los diez mandamientos
estos principios se expresan en detalle, y se presentan en forma aplicable a la
condición y circunstancias del hombre. PP313
* La Biblia nos
muestra a Dios como autor de ella; y sin embargo fue escrita por manos humanas,
y la diversidad de estilo de sus diferentes libros muestra la individualidad de
cada uno de sus escritores. Las verdades reveladas son todas inspiradas por
Dios (2Timoteo 3:16); y con todo están expresadas en palabras humanas. Y es
que el Ser supremo e 8 infinito
iluminó con su Espíritu la inteligencia y el corazón de sus siervos. Les daba
sueños y visiones y les mostraba símbolos y figuras; y aquellos a quienes la
verdad fuera así revelada, revestían el pensamiento divino con palabras
humanas.
Los diez mandamientos fueron
enunciados por el mismo Dios y escritos con su propia mano. Su redacción es
divina y no humana. Pero la Biblia, con sus verdades de origen divino
expresadas en el idioma de los hombres, es una unión de lo divino y lo humano.
Esta unión existía en la naturaleza de Cristo, quien era Hijo de Dios e Hijo
del hombre. Se puede pues decir de la Biblia, lo que fue dicho de Cristo:
"Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros." (San Juan
1:14). CS 8.
* "La
Enemistad De Satanás Hacia La Ley". https://elaguila3008.blogspot.com/2009/11/pp-capitulo-29-la-enemistad-de-satanas.html
*En el lugar santísimo, en el
santuario celestial, es donde se encuentra inviolablemente encerrada la ley
divina -la ley promulgada por el mismo Dios entre los truenos del Sinaí y
escrita con su propio dedo en las tablas de piedra.
La ley de Dios que se encuentra
en el santuario celestial es 487 el
gran original del que los preceptos grabados en las tablas de piedra y
consignados por Moisés en el Pentateuco eran copia exacta.
Como la ley de Dios es una
revelación de su voluntad, un trasunto de su carácter, debe permanecer para
siempre "como testigo fiel en el cielo." Ni un mandamiento ha sido
anulado; ni un punto ni una tilde han sido cambiados. Dice el salmista:
"¡Hasta la eternidad, oh Jehová, tu palabra permanece en el cielo!"
"Seguros son todos sus preceptos; establecidos para siempre jamás." (Salmos
119:89; 111:7,8, V.M). En el corazón mismo del Decálogo se encuentra el cuarto
mandamiento, tal cual fue proclamado originalmente. CS/EGW/MHP
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