10° MANDAMIENTO.
17 No codiciarás la casa de tu
prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni
su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo (Éxodo 20).
No codiciarás. El décimo mandamiento complementa al octavo pues la codicia es la raíz de la cual crece el robo. En realidad, el décimo mandamiento toca las raíces de los otros nueve. Representa un avance notable más allá de la moral de cualquier otro antiguo código. La mayoría de los códigos no fueron más allá de los hechos y unos pocos tomaron en cuenta las palabras, pero ninguno tuvo el propósito de moderar los pensamientos.
Esta
prohibición es fundamental para la experiencia humana porque penetra hasta los
motivos que están detrás de los actos externos.
Nos enseña que Dios ve el corazón (1 Sam. 16:7; 1 Rey. 8:39; 1 Crón. 28:9; Heb. 4:13) y se preocupa menos del acto externo que del pensamiento del cual brotó la acción. Establece el principio según el cual los mismos pensamientos de nuestro corazón están bajo la jurisdicción de la ley de Dios, y que somos tan responsables por ellos como por nuestras acciones.
El mal
pensamiento acariciado promueve un mal deseo, el cual a su tiempo da a luz una
mala acción (Prov. 4:23; Sant. 1:13-15).
Un hombre puede refrenarse de
adulterar debido a las sanciones sociales y civiles que acarrean tales
transgresiones y, sin embargo, a la vista del cielo puede ser tan culpable como
si cometiera el hecho (Mat. 5:28).
Este mandamiento básico revela la profunda verdad de que no somos los impotentes esclavos de nuestros deseos y nuestras pasiones naturales. Dentro de nosotros hay una fuerza, la voluntad, que, bajo el control de Cristo, puede someter cada pasión y deseo ilegítimos (Fil. 2:13).
Además, es un resumen del
Decálogo al afirmar que el hombre es esencialmente un ente moral libre.
COMENTARIOS DE ELENA G.
DE WHITE
"NO CODICIARÁS LA CASA DE TU PRÓJIMO: ni desearás su mujer, ni esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno, ni cosa alguna de las que le pertenecen."
El décimo
mandamiento ataca la raíz misma de todos los pecados, al prohibir el deseo
egoísta, del cual nace el acto pecaminoso. El que, obedeciendo a la ley de
Dios, se abstiene de abrigar hasta el deseo pecaminoso de poseer lo que
pertenece a otro, no será culpable de un mal acto contra sus semejantes.
Tales fueron los sagrados
preceptos del Decálogo, pronunciados entre truenos y llamas, y en medio de un
despliegue maravilloso del poder y de la majestad del gran Legislador. Dios
acompañó la proclamación de su ley con manifestaciones de su poder y su gloria,
para que su pueblo no olvidara nunca la escena, y para que abrigara profunda
veneración hacia el Autor de la ley, Creador de los cielos y de la tierra.
También quería revelar a todos los hombres la santidad, la importancia y la
perpetuidad de su ley. PP 318
* "La Enemistad De Satanás
Hacia La Ley". https://elaguila3008.blogspot.com/2009/11/pp-capitulo-29-la-enemistad-de-satanas.html
1CBA/EGW/MHP
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