LAS PRUEBAS DE LA
VIDA son los instrumentos de Dios para eliminar de nuestro carácter toda
impureza y tosquedad. Mientras nos labran, escuadran, cincelan, pulen y
bruñen, el proceso resulta penoso, y es duro ser oprimido contra la muela de
esmeril. Pero la piedra sale preparada para ocupar su lugar en el templo
celestial. El Señor no ejecuta trabajo tan consumado y cuidadoso en
material inútil. Únicamente sus piedras preciosas se labran a manera de
las de un palacio.
El Señor obrará para
cuantos depositen su confianza en él. Los fieles ganarán victorias preciosas,
aprenderán lecciones de gran valor y tendrán experiencias de gran provecho.
Nuestro Padre
celestial no se olvida de los angustiados. Cuando David subió al monte de
los Olivos, "llorando, llevando la cabeza cubierta, y los pies
descalzos"*2 Sam. 15:30, el Señor lo miró compasivamente. David iba
vestido de cilicio, y la conciencia lo atormentaba. Demostraba su
contrición por las señales visibles de la humillación que se imponía. Con
lágrimas y corazón quebrantado presentó su caso a Dios, y el Señor no abandonó
a su siervo. Jamás estuvo David tan cerca del amor infinito como cuando,
hostigado por la conciencia, huyó de sus enemigos, incitados a rebelión por su
propio hijo.
Dice el Señor: "Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé,
pues, celoso, y arrepiéntete". Apoc. 3:19. Cristo levanta el corazón
contrito y refina el alma que llora hasta hacer de ella su morada.
Más cuando nos llega la tribulación, ¡cuántos somos los que pensamos como
Jacob! Imaginamos que es la mano de un enemigo y luchamos a ciegas en la
oscuridad, hasta que se nos agota la fuerza, y no logramos consuelo ni
rescate. El toque divino al rayar el día fue lo que reveló a Jacob con
quién estaba luchando: el Ángel del pacto. Lloroso e impotente, se refugió
en el seno del Amor infinito para recibir la bendición que su alma
anhelaba. Nosotros también necesitamos aprender que las pruebas implican
beneficios y que no debemos menospreciar el castigo del Señor ni desmayar
cuando él nos reprende.
"Bienaventurado
es el hombre a quien Dios castiga... 16 Porque él es quien hace la llaga, y él
la vendará; él hiere, y sus manos curan. En seis tribulaciones te librará, y en
la séptima no te tocará mal".*Job 5:17-19.
A todos los
afligidos viene Jesús con el ministerio de curación. El duelo, el
dolor y la aflicción pueden iluminarse con revelaciones preciosas de su
presencia.
Dios no desea que
quedemos abrumados de tristeza, con el corazón angustiado y
quebrantado. Quiere que alcemos los ojos y veamos su rostro amante. El bendito
Salvador está cerca de muchos cuyos ojos están tan llenos de lágrimas que no
pueden percibirlo. Anhela estrechar nuestra mano; desea que lo miremos con fe
sencilla y que le permitamos que nos guíe. Su corazón conoce nuestras
pesadumbres, aflicciones y pruebas. Nos ha amado con un amor sempiterno y nos
ha rodeado de misericordia. Podemos apoyar el corazón en él y meditar a todas
horas en su bondad. El elevará el alma más allá de la tristeza y perplejidad
cotidianas, hasta un reino de paz.
Pensad en esto,
hijos de las penas y del sufrimiento,
y regocijaos
en la esperanza.
"Esta es la victoria que vence al mundo.., nuestra fe".
1 Juan 5:4. VM. DMJ 15-16.